La palabra “bostezo” encierra en sus dos primeras sílabas un torrente de oxígeno arrebatado con ansia al aire, para inmediatamente dejar escapar por entre las rendijas de esa zeta final toda la indolencia lánguida de un suspiro, ese abandono somnoliento, placentero e inevitablemente contagioso que atrapará sin remisión al pobre infeliz que cometa el error de estar cerca cuando otro se limite a pronunciarla.
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