España vive sumergida en una situación de corrupción endémica (Véase, Gurtel, Yak-42, Prestige…).
La pregunta, pues, es inevitable: ¿por qué en otros países un escándalo de corrupción política afecta profundamente a la intención de voto y en España no? ¿qué pasa en España? ¿somos tolerantes con la corrupción, y, por tanto, corresponsables? ¿por qué hemos llegado a esta situación? ¿tenemos remedio?
Desde luego este asunto requeriría una investigación sociológica profunda.
La pregunta, pues, es inevitable: ¿por qué en otros países un escándalo de corrupción política afecta profundamente a la intención de voto y en España no? ¿qué pasa en España? ¿somos tolerantes con la corrupción, y, por tanto, corresponsables? ¿por qué hemos llegado a esta situación? ¿tenemos remedio?
Desde luego este asunto requeriría una investigación sociológica profunda.
Cada uno vota a los suyos, «con razón o sin ella». De este modo, aunque haya mediado un escándalo de corrupción, el electorado no se plantea dejar de votar a los suyos, aunque sólo sea para que no ganen los otros. Y así se pasan por alto los escándalos que hayan podido preceder. La gente quiere votar a los suyos, aunque sea tapándose la nariz.
En mi opinión habría que plantearse en serio la reforma del sistema electoral, para que los ciudadanos podamos valorar a los candidatos. Y también hace falta mucha pedagogía, en la familia, en la escuela, en los medios de comunicación, y también en los partidos. Las formaciones políticas deberían imponerse el deber de excluir con contundencia a los imputados en escándalos, por mucho poder que ostenten, y dejar de ampararse en una presunción de inocencia que tiene su ámbito natural en el proceso penal, pero no en la política. Deberíamos empeñarnos todos en un esfuerzo común para que nunca más se pueda insinuar que los españoles somos tolerantes o corresponsables de la corrupción política. Deberíamos volver a ensalzar la decencia y la honradez, y valorar a los políticos que entraron pobres y salieron pobres de la política.