Un año más…

De nuevo aquí, casi sin tiempo, corriendo antes de que los últimos días del calendario se desvanezcan pared abajo. Un año más procurando no caer en la vorágine atroz del manirroto navideño, dejándose el sueldo intentando recrear falsas felicidades de teletienda. Y un año mas fracasando en la búsqueda de aquel cóctel fascinante de adrenalina, ilusión y prodigio que pobló mi lejana niñez cuando, lo digo de verdad, los Reyes Magos si que existían y alguien o algo volvía ineludiblemente a casa por Navidad.
¿Que ha sido esta vez de los deseos sumergidos entre burbujas de cava y desgranados uno a uno garganta abajo reprimiendo risas flojas, entre humos de velas multicolores y al son del mítico campaneo televisivo?

Muchos no se cumplieron tampoco este año. Probablemente, lo mejor que les puede ocurrir a los deseos: seguir agazapados en el mundo de las quimeras, seguir siendo ilusiones, utopías, desvaríos del alma.

Una vez más, ni acabamos con el hambre, ni con las guerras, ni los tiranos del mundo se esfumaron a golpe de brindis y lentejuela. Tampoco la esquiva suerte quedó atrapada entre aquella lencería roja de dudoso gusto que un año más juraremos no volver a ponernos.

Un año más, hemos sabido desfigurar las distancias para seguir riendo y llorado junto a quienes sentimos cerca y para añorar profundamente a quienes percibimos tan lejos. Hemos sentido la emoción intensa de una mirada, una canción, un amanecer o un poema.

Un año más hemos creído que un mundo mejor es posible y hemos entregado un glorioso minuto nuestro para lograrlo, para merecerlo. Un año más hemos sabido seguir soñando despiertos…

Y es que, al final del trayecto, la felicidad es de quien más veces ha sido feliz.

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